Centro Fonseca

Silencio, interioridad y reconciliación

Al entrar en la Iglesia del Sagrado Corazón de los Jesuitas por la esquina de Juana de Vega con Fonseca, el visitante descubrirá al fondo un retablo formado por diversas figuras presididas por un Cristo Resucitado. A la izquierda pequeños tragaluces, que dan a la calle Fonseca, proporcionan una iluminación tenue que protege el recogimiento del templo.

Antes de seguir adelante, y a la derecha, separándose del centro de la Iglesia y cambiando de espacio y atmósfera, se halla un pasillo con tres puertas al lado derecho que dan a confesionarios de corte moderno. Al fondo una capilla pequeña y recogida invita a la oración. Un gran Cristo (el mismo que estaba en la antigua iglesia) sin cruz, aunque con todos los signos del crucificado y sobre una huella de cruz marcada en la pared de madera de la capilla, es el único detalle icónico de este sobrio y sencillo espacio. Sólo un sagrario alivia la desnudez de esta pared. Todo ello invita a la interioridad. Las luces y la madera manifiestan una continuidad de estilo con el resto del templo, pero apuntan a otro tipo de oración, a otro momento de vida espiritual. Se trata de un espacio para orar o prepararse para el sacramento de la reconciliación. Evita la distracción por el movimiento de quien entra y sale de la iglesia y, por ello, puede ser adecuado para el silencio, el recogimiento y la oración.

Los confesonarios, «lugar de la misericordia del Señor que nos estimula a hacer el bien posible» (Papa Francisco, EG 44), ofrecen al penitente la opción de celebrar el sacramento manteniendo el anonimato haciendo uso de la rejilla o sentándose frente al sacerdote ante una pequeña mesa. La puerta que da al pasillo garantiza la intimidad. Se pretende facilitar la dimensión de encuentro entre los presentes (el penitente y el Señor, mediado sacramentalmente por el Sacerdote) tal y como apunta la Encíclica Redemptor Hominis de San Juan Pablo II. El confesonario es lugar de consuelo y reencuentro de la paz integral que regala  la Divina Misericordia y que se ha perdido por el pecado.

«Ante todo, ¡Dios perdona siempre! No se cansa de perdonar. Somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón. Pero Él no se cansa de perdonar. Cuando Pedro pregunta a Jesús: ¿Cuántas veces debo perdonar? ¿Siete veces?. No siete veces: setenta veces siete. Es decir siempre. Así perdona Dios: siempre. Y si tú has vivido una vida de tantos pecados, de tantas cosas feas, pero al final, un poco arrepentido, pides perdón, ¡te perdona inmediatamente! Él perdona siempre».

Papa Francisco.

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